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FELIZ NAVIDAD

“Y cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca a de tornar, me encontrareis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar”

(Antonio Machado, “Retrato”)

 

Nos acercamos una año más a la celebración de la Navidad. Para los que profesan la religión cristiana, Navidad es la conmemoración de la encarnación de Dios en hombre y el comienzo del misterio de la salvación. En otros credos, el final del año supone una invitación a hacer balance, agradecer, celebrar y prepararse para un nuevo ciclo. Y este aspecto de finalización y celebración, de alto en el camino, está de alguna forma presente en todas las religiones antiguas.

Por eso, independientemente de la creencias de cada uno, la tradición ha hecho que estas fiestas sean momentos de celebración, ocasiones especiales para reunirse con la familia y compartir con las personas más estrechamente ligadas a nuestras vidas unos momentos intensos que el resto del año nos hurta demasiado a menudo. Sin embargo, este carácter familiar de las fiestas hace que mucha gente se sienta desgraciada a causa de pérdidas de personas queridas, habitualmente, pero no únicamente, padres, o abuelos,… A causa de estas ausencias, algunas personas, a medida que su camino por la vida se vuelve más avanzado, querrían escapar de estos días y sienten que la imposición social de felicidad le agobia y le resulta estéril. Yo he sido una de esas personas desde hace muchos años. 

 

 

Recientemente, he tenido a mi alrededor varios casos de gente muy cercana a mí que han perdido un ser querido. Hace ya unos años que yo perdí a mis dos padres. Y esa circunstancia me ha hecho crecer. Por eso, contemplo ahora  la cuestión de la muerte con una perspectiva serena. Pero aún así, no dejó de sentir compasión por la gente que sufre cuando se enfrenta a la pérdida de una persona que formó parte importante de su vida. Y por esta razón, estos días son tristes para algunas personas. Por eso quisiera trasladar a quien se encuentre en esta “”ocasión para la tristeza” una forma diferente de ver y vivir nuestro recuerdo de los que ya no están con nosotros. Frente a un pensamiento uniforme y generalizado reclamo el derecho a tener un pensamiento lateral que nos abra perspectivas diferentes en nuestra forma de afrontar el día a día.

La vida es un viaje. Un día nos subimos a un tren y empezamos a viajar. Se trata de un viaje muy especial. Sabemos que un día se acaba. Pero no sabemos donde vamos ni en que momento nos tendremos que bajar del tren. Lo único que está en nuestra mano es disfrutar del viaje. Llenarnos la vista con los sitios preciosos que descubrimos en nuestro camino y esperar con ilusión la siguiente estación. 

 

 

Lo único que está en nuestra mano es disfrutar del viaje. Llenarnos la vista con los sitios preciosos que descubrimos en nuestro camino y esperar con ilusión la siguiente estación. 

A lo largo de este viaje suben y bajan viajeros continuamente al tren. Unos nos dejan en la misma estación en la que subimos nosotros. Por eso nuestro recuerdo de ellos es fugaz. Otros han bajado antes y nunca los llegamos a conocer. Pero sabemos de ellos porque nos encontramos que los asientos en los que nos sentamos están todavía calientes y vamos descubriendo objetos olvidados que nos indican que ese asiento perteneció en otro momento a otro viajero. Los ocupantes más veteranos del vagón nos hablan de ellos y casi los llegamos a conocer, aunque nunca los hayamos visto. El tren tiene muchos vagones. Es imposible conocer a todo el mundo. Y realmente a quien conocemos bien es a los viajeros de nuestro vagón. Aunque una vez que llevamos un tiempo sentados, empezamos a movernos por otros vagones. Hacemos cada vez con más frecuencia visitas a los compartimentos colindantes. Y empezamos a pasar más tiempo en ellos. Luego volvemos a nuestro vagón. Y en estas visitas a otros vagones casi siempre encontramos alguna persona con la que nos gusta pasar cada vez más tiempo. 

El viaje atraviesa etapas muy diversas. Hay tormentas, lluvias, nieve,… Hay días soleados que nos permiten ver paisajes de gran belleza. Hay momentos en los que el tren se detiene y no sabemos si continuará andando. Hay épocas en las que perdemos las ganas de viajar. Incluso desearíamos bajarnos ya. Hay momentos tristes cuando se bajan algunas de las personas con las que llevamos más tiempo y a las que hemos cogido más afecto. Pero sobre todo hay momentos de diversión, alegría y risas en nuestro vagón y en los vagones adyacentes.

 

 

Mañana es una ocasión estupenda para que nos acordemos de los viajeros que dejaron el tren. De los que no conocimos, pero hemos conocido y llegado a querer a través de los recuerdos de los que sí los conocieron. Nuestros antepasados que se fueron antes de nuestra llegada al mundo pero que dejaron impresos en nuestros genes su firma y son responsables de que hayamos llegado a la vida. De los viajeros que nos acogieron cuando subimos al vagón. Nuestros abuelos, padres, tíos,… familiares en general. Que no sólo han dejado impresa su firma genética en nosotros sino también su rubrica emocional. Nos hicieron como somos. Con sus decisiones y acciones, acertadas o equivocadas, actuaron con nosotros lo mejor que supieron y pudieron sobre la base de su educación, sus valores y sus creencias. Y si somos como somos es por ellos. Y es un motivo para estar agradecido. No sólo han dejado su huella genética y emocional en nosotros, sino que también han dejado escrita su ausencia en los múltiples recuerdos materiales que llenan nuestras casas. De los viajeros que nos fuimos encontrando en vagones cercanos al nuestro y con los que disfrutamos días de alegría, risa y entusiasmo. Nuestros maestros, amigos, compañeros,… Todos ellos nos dieron confianza y seguridad. Nos dieron un motivo para querer crecer y vivir. Además de contribuir a configurarnos emocionalmente, nos hicieron el camino alegre. Y en muchas ocasiones calmaron nuestros miedos ante los nubarrones, atascos y detenciones en nuestro sendero. También en mi caso, compartí etapas del camino con mis pacientes. Algunos siguieron su vida después de un breve encuentro, pero otros se bajaron del tren cogidos de mi mano. Y no los olvido. Finalmente, de los viajeros de otros vagones a los que nunca conocimos. También merecen nuestro recuerdo porque sin ser conscientes, compartimos una experiencia única: el viaje de la vida.

También en mi caso, compartí etapas del camino con mis pacientes. Algunos siguieron su vida después de un breve encuentro, pero otros se bajaron del tren cogidos de mi mano. Y no los olvido.

La gente que nos acompaña es un gran regalo. Por eso hoy quiero tener este recuerdo para los que ya se bajaron del tren. Porque no los olvido. Porque soy como soy gracias a ellos. Porque, aunque han dejado escrita su ausencia en los miles de recuerdos que me quedan de ellos; porque, aunque sus ojos y los míos ya no se contemplen más frente a frente; porque, aunque su risa y su alegría ya no desborden de gozo mis oídos; hoy se que algún día me bajaré del tren como ellos hicieron un día. Y ese día, miraré a los pasajeros que quedan en mi vagón con una sonrisa, con una mirada plena de amor y agradecimiento y bajaré al andén “ligero de equipaje”. Y contemplo con esperanza el reunirme de nuevo con todos en la gran estación central donde confluyen todos los trenes. 

 

 

Pero hasta ese momento me propongo disfrutar del viaje que aún me queda por recorrer con alegría, con serenidad, sin ningún tipo de impaciencia. Tratando de vivir y también hacer el viaje más cómodo a los viajeros con los que ahora comparto vagón. Por eso no me entristezco por su ausencia y mañana brindaré por ellos dando las gracias por todo lo bueno que dejaron en mi vida. Es el mejor homenaje que les puedo hacer a ellos, a los viajeros que un día nos dejaron. 

Feliz Navidad a todos…

 

 

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