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LA ACTITUD INTERIOR INFLUYE EN LA RECUPERACION

Como médico, y como cirujano, considero una parte importante de mi trabajo, lograr una relación medico-paciente sana, trabajando los aspectos emocionales necesarios para que las personas a las que trato se sientan seguras, tranquilas y confiadas.

Como cirujano, siempre he sentido una gran preocupación por las complicaciones quirúrgicas. Y aunque sea de forma interna, sin más evidencia que lo sustente, a lo largo de mi experiencia, he desarrollado una cierta habilidad para intuir que pacientes pueden complicarse y que pacientes pueden evolucionar bien. Y en el elevado número de pacientes que he atendido a lo lago de mi vida profesional, puedo distinguir dos extremos. Por un lado, aquellos pacientes que muestran una extraordinaria actitud positiva. De otro, pacientes cuya actitud ante la vida es de tristeza, desánimo y pesimismo. Con estos últimos tengo la sensación de que todo va peor. En realidad, esto es sólo la aplicación a la cirugía de un principio de vida reflejado en la sabiduría popular en forma de refranes del tipo “al perro flaco todo son pulgas”, “las desgracias nunca vienen solas”, etc.

Pero hoy quiero centrarme en el otro extremo, en aquellos pacientes positivos que siempre encuentran motivos para sonreír. Pacientes que en ocasiones me han dado lecciones. Es el caso de Emilio, un paciente que tuve hace varios años y que ha dejado un hueco profundo en mi corazón y en mi vida.

 

 

Quiero centrarme en el otro extremo, en aquellos pacientes positivos que siempre encuentran motivos para sonreír. Pacientes que en ocasiones me han dado lecciones

Conocí a Emilio cuando él tenía 43 años. En esa época, Emilio tuvo la mala fortuna de encontrarse con un cáncer de recto. Para mayor desgracia, la enfermedad, tremendamente agresiva, afectaba a la vejiga urinaria y a uno de los dos uréteres. Ingresó en nuestro hospital trasladado de otro centro y durante un cierto tiempo, dado lo complicado del caso, en el que dentro del equipo discutíamos la mejor opción para ofrecerle, decidí que necesitaba una operación, aún a sabiendas de la dificultad y el riesgo que entrañaba. Extirpar la enfermedad necesitó de un abocamiento del colon y de los uréteres a la piel lo cual lo dejó con dos bolsas para recoger heces y orina. Aún así, nunca vi a Emilio con una mala cara. Incluso tuvo una complicación por la que tuvo que ser intervenido de nuevo. Pero ni por esas. Cuando me veía se reía. Le preguntaba por qué y me decía que sonreía porque se alegraba de verme. 

 Dos años después tuve que intervenirlo de nuevo a causa de una obstrucción intestinal por la que había tenido que ingresar en varias ocasiones. La operación fue difícil y requirió extirpar gran parte del intestino. A los dos días tuvo una hemorragia intestinal masiva. Puesto en la decisión de intentar controlar la hemorragia con una nueva intervención en la que fuera necesario extirpar el poco intestino que le quedaba fui consciente de que la cirugía había llegado a su límite y que, aún pudiendo hacer muchas cosas desde el punto de vista quirúrgico, difícilmente podíamos hacer algo que no le hiciera la vida más complicada. Fue la decisión más dolorosa que he tomado en mi carrera de cirujano: dejar morir a un paciente a quien apreciaba profundamente convencido de que no había nada más que pudiera hacer. Me fui del hospital ese día con lágrimas en los ojos, despidiéndome de Emilio, que estaba inconsciente y en shock. A la mañana siguiente, al volver, convencido de que Emilio habría fallecido, me encontré con un paciente riéndose y saltando en la cama. Sorprendentemente la hemorragia había cesado y Emilio se había recuperado. Embargado por la emoción me acerqué a él y le cogí de la mano. “Emilio, me alegra muchísimo verte” le dije. “Yo también” me respondió. “Sí. Pero yo más, porque ayer estabas muy malito”. “Ya. Pero hoy ya estoy bien” contestó riéndose. 

 

En los días siguientes fui acercándome cada vez más a él, consciente de que Emilio no había aparecido en mi vida por casualidad. “Eres una gran persona” le dije un día. El me contestó: “¿Recuerdas lo que te dije el año pasado cuando me operaste?” No lo recordaba. Pero el se empeñó en explicármelo. “El año pasado, cuando me ibas a operar yo pregunté a las enfermeras como eras. Todas me dijeron que estaba en muy buenas manos. Y lo he comprobado. Así que, si yo soy bueno y tú también, esto no tiene más remedio que salir bien”. Estuve a punto de llorar al escuchar estas palabras. Tanta confianza y tanta esperanza sólo pueden proceder de un corazón en paz. Poco antes, me había preguntado si para el fin de semana podría estar de alta ya que era el bautizo de un sobrino y el era el padrino. “Claro que sí” le dije. “Que suerte tiene tu sobrino de tener el pedazo de padrino que va a tener”. 

 Sólo una vez vi contrariado a Emilio. Cuando le pensaba dar el alta para ir al bautizo, a última hora le expliqué que mejor se quedaba 24 horas más para poder retirar con seguridad un catéter que tenía insertado en la arteria femoral. Ya había avisado a su familia. Aún así me dijo que si tenía que quedarse se quedaba. ¿Y quien es el guapo que le dice que no?. Reingresó tras el bautizo. Completamente feliz. Se le retiró el catéter y pocos días después se fue de alta.

 Seguí viendo a Emilio en la consulta cada pocos meses. La enfermedad se reprodujo y llegó un momento en que ya no había más tratamiento. Paso los últimos momentos de su vida con una complicación relacionada con la enfermedad que le provocaba una mala calidad de vida. El tumor había ocupado todo el abdomen y se había fistulizado a la piel. Y sin embargo, venía siempre a la consulta sonriendo y agradeciendo. Al final me enteré de su fallecimiento porque su hermana, la persona que siempre me acompañaba, tuvo la gentileza de llamarme para contármelo.

 

 

La lección que deja Emilio para otros pacientes es que la enfermedad se puede vivir desde la desesperación o desde la alegría. Vivirla desde la alegría puede ser difícil. Las complicaciones se producen igualmente. Pero desde la alegría es más fácil superarlas Emilio vivió cuatro años porque fue saliendo de una complicación detrás de otra. Si no hubiera sido por su actitud probablemente hubiera fallecido antes. Y sobre esto existe evidencia científica. Un artículo médico del año 2008 concluye que el tipo de personalidad influye en la estancia postoperatoria de pacientes operados de cáncer de colon y que las personas extrovertidas tienen umbrales más altos para el dolor, es decir, muestran menos dolor que otros a igualdad de estímulos dolorosos. Investigadores de la Universidad Autónoma de Barcelona con amplia experiencia en el estudio de la relación entre los estados emocionales y la salud concluyen que los factores psicológicos, especialmente la ansiedad, afectan a la recuperación postquirúrgica siendo los pacientes más ansiosos los que sufren una recuperación más larga y difícil. Parece ser por tanto que el estado emocional y el tipo de personalidad influye en los resultados de las intervenciones quirúrgicas. Y esto me plantea una pregunta. ¿Es posible mejorar los resultados quirúrgicos mediante apoyo psicoemocional previo? También hay estudios médicos que lo han investigado con buenos resultados. Probablemente en el futuro dediquemos un esfuerzo a estos aspectos, hasta ahora tan abandonados. Pero mientras tanto, yo, convencido de que esto es cierto, considero una parte importante de mi trabajo, lograr una relación medico-paciente sana, trabajando los aspectos emocionales necesarios para que las personas a las que trato se sientan seguras, tranquilas y confiadas.

 

 

Un artículo médico del año 2007 concluye que el tipo de personalidad influye en la estancia postoperatoria de pacientes operados de cáncer de colon y que las personas extrovertidas tienen umbrales más altos para el dolor, es decir, muestran menos dolor que otros a igualdad de estímulos dolorosos. Parece ser por tanto que el estado emocional y el tipo de personalidad influye en los resultados de las intervenciones quirúrgicas. Y esto me plantea una pregunta. ¿Es posible mejorar los resultados quirúrgicos mediante apoyo psicoemocional previo?

 Muchas personas podrían pensar que la vida de Emilio fue triste y carente de sentido. En realidad, fue diagnosticado y tratado de una enfermedad, tuvo varias complicaciones y finalmente murió de la misma con una mala calidad de vida. Y, sin embargo, la vida de Emilio fue muy positiva.

 En “El Hombre en busca de Sentido”, el psiquiatra vienés, y antiguo prisionero de los campos de concentración de Auschwitz y dachau, Viktor Frankl, afirma la necesidad del hombre de encontrar un sentido para su vida. Y lo dice, no desde un punto de vista espiritual, sino desde el punto de vista psicológico. En uno de los capítulos de este libro cuenta una preciosa historia. Un día, le visitó un colega mayor por un problema de depresión. Su esposa había fallecido recientemente y el hombre había perdido las ganas de vivir. No veía sentido a tanto sufrimiento. En un momento de la entrevista, Viktor Frankl, le preguntó “¿Cómo piensa que hubiera vivido su esposa si usted hubiera fallecido antes que ella?”. “Uff – contestó el viejo paciente – Ella no hubiera podido soportarlo”. “Entonces – continuó Frankl – al haber sobrevivido, usted le ha evitado a su esposa el dolor de quedarse sola”. Sigue contando Frankl, que el paciente no dijo nada más. Le miró con ojos vidriosos y agradecidos y se marchó. Había comprendido que el dolor, el sufrimiento que sentía, llenaba de sentido su vida.

 

 

La vida de Emilio tuvo sentido porque durante esos años de sufrimiento, él eligió ser luz para muchas personas. Emilio me enseñó que cada uno decide como quiere que sea su vida. Podemos elegir lamentarnos, quejarnos, estar tristes, quedarnos con lo negativo. O podemos elegir vivir con lo que la vida nos da. Con lo bueno y con lo malo. Con Emilio he recordado algo que con frecuencia olvidamos en el día a día de la consulta que no acaba, del quirófano que va mal, del gesto que malinterpretamos del compañero, de la queja por el jefe, … Lo que he recordado es que tengo mil y un motivos para estar agradecido. Agradecido por vivir. Porque la vida es una lección que cada día nos da la oportunidad de aprender, mejorar y crecer. Y quien ha aprendido ya todas las lecciones, es capaz de ser feliz en la adversidad. Con dos estomas, con múltiples reintervenciones, con un pronóstico incierto y con una mala calidad de vida al final de sus días. Pero también con una sonrisa en la boca, con una familia agradecida, un ahijado afortunado… y también con un pobre cirujano admirado y agradecido.

Como pacientes, como personas envueltas en el dolor y el sufrimiento, nuestra vida también puede ser luz para otras personas en igual o peor situación que nosotros 

Como pacientes, como personas envueltas en el dolor y el sufrimiento, nuestra vida también puede ser luz para otras personas en igual o peor situación que nosotros. Con ello no sólo ganamos la posibilidad de que nuestra recuperación sea mejor, tal y como afirman los estudios médicos que han investigado sobre este tema, sino que también llenamos de sentido nuestra vida al poder ser faro y guía para otras personas a las que podemos ayudar en su dolor. Y esta lección, la de cómo influye nuestra actitud en nuestra recuperación es una lección valiosa que aprender cuando la vida nos sitúa en la posición de ser pacientes.

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